Inmigración en Europa, la Consecuencia Inevitable del Imperialismo en África
La denominada "crisis migratoria" que ocupa de forma recurrente el centro del debate político europeo no es una anomalía histórica. Es, por el contrario, un resultado intrínseco, predecible y funcional del sistema capitalista en su fase imperialista. La migración forzada desde el Sur Global, y particularmente desde África, es la consecuencia directa de siglos de explotación colonial y neocolonial; es el movimiento inevitable de la fuerza de trabajo desde las periferias que han sido deliberada y sistemáticamente subdesarrolladas por el núcleo capitalista para sostener su propia acumulación de riqueza. Comprender este fenómeno exige trascender el marco analítico burgués y reconocer que las posiciones aparentemente antagónicas de la "izquierda" socialdemócrata y la "derecha" conservadora no son más que las dos caras de una misma estrategia de gestión al servicio del capital.
El discurso político hegemónico presenta una falsa dicotomía: por un lado, la gestión humanitaria propuesta por la socialdemocracia; por otro, el rechazo xenófobo de la derecha. Hoy te voy a demostrar que estas dos posturas no constituyen una verdadera oposición, sino una alianza contra la clase obrera internacional. La socialdemocracia busca integrar de manera eficiente la mano de obra migrante en los circuitos de la explotación, respondiendo a las necesidades pragmáticas del capital de una fuerza de trabajo flexible y de bajo coste para contrarrestar el declive demográfico y sostener el Estado del bienestar.
Desvelaremos pues, cómo ambas facciones del espectro político burgués, a pesar de sus diferencias retóricas, comparten un objetivo fundamental: la preservación y reproducción del orden capitalista. La socialdemocracia gestiona las consecuencias productivas del imperialismo, mientras que la derecha gestiona sus consecuencias ideológicas. Ninguna de las dos ofrece una solución a la tragedia de la migración forzada porque ambas son parte integral del sistema que la genera.
Las Raíces de la Huida
Para comprender la migración africana hacia Europa, es imperativo rechazar la narrativa burguesa que la presenta como una suma de decisiones individuales en busca de "mejores oportunidades". El éxodo es un fenómeno de masas, estructuralmente determinado por la violencia histórica y contemporánea del imperialismo. El "subdesarrollo" africano no es un estado natural ni una etapa previa al desarrollo, sino una condición activamente producida y mantenida por el núcleo capitalista para garantizar su propia prosperidad.
La base del actual orden neocolonial se sentó durante la era del colonialismo directo. Las potencias europeas no se limitaron a extraer recursos; reconfiguraron violentamente las sociedades africanas para servir a los intereses de la metrópoli. En primer lugar, se produjo un desmantelamiento sistemático de las economías y tecnologías precoloniales. La importación de productos manufacturados europeos baratos y en serie aniquiló la artesanía y los procesos de fabricación locales, deteniendo el desarrollo de la tecnología africana, que solo pudo reanudarse tras la independencia.
En segundo lugar, se impusieron economías de monocultivo orientadas a la exportación. En lugar de fomentar la diversificación agrícola para la autosuficiencia alimentaria, las administraciones coloniales forzaron el cultivo de uno o dos productos comerciales por región: cacao en la Costa de Oro, cacahuetes en Senegal, algodón en Sudán. Esta política convirtió a las economías africanas en apéndices vulnerables de los mercados metropolitanos, fatalmente dependientes de la fluctuación de los precios de las materias primas, una estructura que persiste a día de hoy.
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Aguas estancadas entre las carpas donde sobreviven miles de refugiados en Renk. / Ala Kheir. |
La infraestructura construida durante este período refleja esta lógica extractiva. Los ferrocarriles y carreteras no se diseñaron para conectar regiones dentro de África o facilitar el comercio intracontinental, sino para unir las zonas mineras y las plantaciones directamente con los puertos, creando corredores de saqueo hacia Europa. Este legado de infraestructuras fragmentadas y orientadas al exterior sigue siendo un obstáculo fundamental para el desarrollo autónomo.
Finalmente, la Conferencia de Berlín (1884-1885) impuso fronteras arbitrarias que dividieron a comunidades étnicas y culturales y agruparon a grupos históricamente antagónicos dentro de entidades estatales artificiales. La descolonización legó así Estados-nación intrínsecamente inestables, con estructuras políticas y sociales desestabilizadas, un caldo de cultivo perfecto para los conflictos postcoloniales que han asolado el continente y que, a su vez, son un importante motor de la migración forzada.
El Gran Robo
La independencia formal no supuso el fin de la dominación imperialista, sino la transición a una fase neocolonial en la que la explotación económica se ejerce a través de mecanismos más sutiles pero igualmente brutales. El gran robo de los recursos africanos continúa sin cesar, perpetuado por corporaciones transnacionales, instituciones financieras internacionales y élites locales cómplices.
Las corporaciones multinacionales, en su mayoría con sede en Europa y Estados Unidos, llevan a cabo un saqueo a escala industrial de la inmensa riqueza natural de África: petróleo, gas, coltán, cobalto, diamantes, bauxita, uranio y tierras agrícolas fértiles.
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Unas 20.000 personas trabajan en la mina artesanal Shabara en la República Democrática del Congo, en turnos de 5.000 a la vez. La RDC produjo aproximadamente el 74% del cobalto del mundo en 2021. Junior Kannah / AFP a través de Getty Images |
Este saqueo es facilitado por las élites compradoras locales, clases dirigentes que actúan como intermediarias del capital internacional. Estas élites mantienen relaciones lucrativas con las corporaciones transnacionales, asegurando que el aparato estatal (leyes, fiscalidad, fuerzas de seguridad) sirva a los intereses extractivos extranjeros en lugar de a los de sus propios pueblos.
Las estructuras de dependencia se consolidan a través de la deuda y las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Los programas de ajuste estructural han forzado durante décadas la privatización de activos estatales, la liberalización del comercio y la austeridad fiscal, desmantelando los servicios públicos y abriendo aún más las economías africanas a la penetración y explotación extranjera.
La Externalización de la Violencia
La lógica económica del imperialismo está, en última instancia, garantizada por la fuerza militar. Cuando los mecanismos económicos y políticos no son suficientes para mantener el orden neocolonial, el centro imperialista recurre a la intervención militar directa o indirecta, generando una inestabilidad que es, en sí misma, una de las principales causas de la migración.
La intervención de la OTAN en Libia en 2011 (más información en este artículo: Gadafi: ¿Terrorista o Revolucionario?) es el ejemplo más claro y catastrófico. Con el pretexto de una intervención "humanitaria", la campaña de bombardeos liderada por Francia, Reino Unido y Estados Unidos destruyó el Estado libio, transformando a uno de los países más estables y prósperos de África en un territorio fallido, gobernado por milicias y traficantes de personas.
Francia, la antigua potencia colonial, ha mantenido una presencia militar casi ininterrumpida en sus antiguas colonias de África Occidental y Central, llevando a cabo decenas de intervenciones para apuntalar regímenes amigos o derrocar a los hostiles, siempre con el objetivo de asegurar sus intereses económicos y estratégicos, como el acceso al uranio de Níger, vital para su industria nuclear.
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Operación Barkhane, contacto con la población del sur de Malí en 2016. Fotografía de TM1972. Tomada de Wikimedia Commons. |
La respuesta de la Unión Europea a la migración que sus propias políticas generan no es cesar su actividad imperialista, sino gestionarla mediante la externalización de la violencia fronteriza. A través de acuerdos neocoloniales, la UE paga a países como Turquía, Marruecos y las diversas facciones que controlan Libia para que actúen como sus brutales guardias fronterizos.
La Función del Migrante en el Capitalismo Europeo
La migración desde la periferia explotada hacia el centro imperialista es un movimiento de mano de obra que cumple una función estructural y necesaria para la acumulación de capital. Los trabajadores migrantes constituyen el contingente más móvil y vulnerable del "ejército industrial de reserva" a escala global, un mecanismo fundamental para la disciplina de toda la clase obrera y la maximización de la plusvalía.
Karl Marx, en El Capital, explicó que el propio mecanismo de la producción y acumulación capitalista genera inevitablemente una "sobrepoblación relativa" o "ejército industrial de reserva". A medida que el capital invierte en nueva tecnología (aumento de la composición orgánica del capital) para incrementar la productividad, expulsa constantemente a trabajadores del proceso de producción, haciéndolos "superfluos" o "redundantes" para sus necesidades inmediatas.
Este ejército de reserva no es un efecto secundario indeseado, sino una condición de existencia del modo de producción capitalista. Cumple dos funciones cruciales. Primero, proporciona una reserva de mano de obra flexible que el capital puede absorber durante los períodos de expansión económica y expulsar durante las crisis. Segundo, y más importante, la existencia de esta masa de trabajadores desempleados o precariamente empleados ejerce una presión constante a la baja sobre los salarios y las condiciones de la clase obrera activa. El miedo a ser reemplazado por alguien del ejército de reserva obliga a los trabajadores empleados a aceptar una mayor explotación, jornadas más largas y salarios más bajos, disciplinando así a toda la fuerza de trabajo y manteniendo los beneficios del capitalista. En la era del imperialismo, el ejército industrial de reserva no es un fenómeno meramente nacional; es un fenómeno global y móvil.
El sistema capitalista, a través de los mecanismos de explotación neocolonial descritos anteriormente, crea activamente y a gran escala este ejército de reserva en los países de la periferia. Al destruir los medios básicos de subsistencia, la agricultura local y las actividades productivas en las comunidades de origen, el capital genera una masa de población desposeída, un proletariado sin medios de vida.
La migración internacional es, en esencia, la movilización de este ejército de reserva global desde las zonas donde ha sido creado (la periferia) hacia las zonas donde el capital lo necesita para sus procesos de acumulación (el centro). Los migrantes son la encarnación perfecta de esta fuerza de trabajo: desesperados, desposeídos de medios de producción y, a menudo, de derechos, están dispuestos a realizar todo tipo de trabajos a cambio de remuneraciones vergonzosas porque no les queda otra. Son la parte en movimiento del ejército de reserva, una fuerza de trabajo potencial, útil para disciplinar a quienes aún conservan su empleo, y explotable en condiciones extremas cuando el capital así lo disponga. Su participación productiva en las economías europeas, por tanto, contribuye directamente a la acumulación de capital en los países receptores mediante la producción de plusvalía.
La llegada de trabajadores migrantes a Europa permite al capital intensificar la explotación de toda la clase obrera, tanto nativa como extranjera, a través de varios mecanismos. En primer lugar, los trabajadores migrantes, especialmente aquellos en situación irregular, constituyen una capa hipervulnerable del proletariado. La falta de derechos legales, sociales y sindicales los convierte en una fuerza de trabajo perfectamente manejable y disciplinada.
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La Guardia Costera italiana traslada a un grupo de migrantes interceptado al puerto de Lampedusa. CIRO FUSCOEFE. |
Esta vulnerabilidad permite al capital someterlos a un régimen de "superexplotación", un término que describe una situación en la que la fuerza de trabajo es remunerada por debajo de su valor, es decir, por debajo del coste de los medios de subsistencia necesarios para su reproducción física y social. Esto se manifiesta en salarios de miseria, condiciones de vivienda infrahumanas, falta de acceso a la sanidad y jornadas laborales extenuantes, lo que conduce a un deterioro de la propia vida del trabajador.
En segundo lugar, la existencia de este estrato superexplotado ejerce una presión a la baja sobre las condiciones de toda la clase obrera. Los trabajadores nativos se ven obligados a competir con esta mano de obra más barata y dócil, lo que debilita su poder de negociación, erosiona los convenios colectivos y facilita la imposición de la precariedad laboral a toda la sociedad. El capital utiliza esta competencia para chantajear a los trabajadores locales: "o aceptáis peores condiciones, o contratamos a inmigrantes que sí lo harán".
Finalmente, la burguesía y sus aparatos ideológicos (medios de comunicación, políticos) explotan esta situación para fomentar la división y la enemistad dentro de la clase obrera. De forma cínica, culpan a los migrantes de la caída de los salarios, el desempleo y el deterioro de los servicios públicos, ocultando que estos fenómenos son el resultado de las propias políticas capitalistas de austeridad y de la lógica inherente de la acumulación.
Al presentar a los trabajadores inmigrantes como "ladrones de empleo y subsidios", la burguesía desvía la ira de la clase obrera de su verdadero enemigo (la clase capitalista) y la dirige contra sus hermanos de clase más vulnerables, impidiendo así la unidad proletaria, condición indispensable para cualquier lucha revolucionaria.
La "Izquierda" Pro-Inmigración
La socialdemocracia europea, representada por partidos como el SPD en Alemania o el PSOE en España, se presenta a sí misma como la defensora de un enfoque humano y racional de la inmigración, en contraste con la barbarie de la derecha. Sin embargo, sus políticas y discursos revelan que su posición no se basa en el internacionalismo proletario, sino en un pragmatismo frío al servicio de las necesidades del capital nacional. Su programa consiste en la gestión eficiente del ejército industrial de reserva, no en su abolición.
El argumento central de la socialdemocracia a favor de la inmigración es puramente económico y demográfico. Ante el envejecimiento de la población europea y la consiguiente crisis de los sistemas de pensiones y la escasez de mano de obra, la inmigración se presenta como una solución indispensable para mantener el crecimiento económico y la sostenibilidad del Estado del bienestar.
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Empleados subsaharianos en un invernadero en Almería. ALBERTO DI LOLLI. |
Según el Instituto Alemán de Investigación Económica, Alemania necesita 400.000 inmigrantes al año para sostener su sistema. Informes del gobierno español destacan que la inmigración ha permitido mantener sectores de actividad estratégicos y ha apuntalado la sostenibilidad de nuestro sistema de bienestar a través de su actividad económica, el consumo, el pago de impuestos y sus cotizaciones. Esta perspectiva reduce al migrante a una mera unidad de "capital humano", un factor de producción que debe ser importado y gestionado para optimizar la economía capitalista.
Las políticas que se derivan de esta lógica son selectivas y utilitarias. La "Ley de Inmigración de Personal Cualificado" de Alemania, por ejemplo, está diseñada para facilitar la entrada de trabajadores con las habilidades específicas que demanda la industria alemana, mientras se endurecen las condiciones para los solicitantes de asilo y los trabajadores no cualificados.
El discurso socialdemócrata sobre los derechos humanos, la solidaridad y la "gestión humanitaria" funciona como una coartada ideológica que enmascara esta lógica capitalista subyacente. Al centrar el debate en la gestión de los flujos migratorios (cómo procesar las solicitudes de asilo de forma más eficiente y cómo "integrar" a los recién llegados), la socialdemocracia evita por completo cualquier cuestionamiento del sistema imperialista que causa esos flujos en primer lugar. Ofrecen un tratamiento paliativo para los síntomas de una enfermedad que se niegan a nombrar, y mucho menos a combatir.
Esta postura representa una capitulación total ante la lógica de la burguesía. Al aceptar el marco del mercado capitalista y del Estado-nación como un hecho inmutable, sus "soluciones" se limitan a intentar que ese sistema funcione de manera más fluida y con menos fricciones sociales. Su incapacidad orgánica para levantar un frente de lucha consecuente contra el racismo y la xenofobia, y su constante plegamiento a las presiones de la burguesía, demuestran que su defensa de los migrantes es condicional y subordinada a los intereses del capital.
Cuando la presión de la derecha aumenta, la socialdemocracia no duda en adoptar políticas más restrictivas, demostrando la superficialidad de su compromiso "humanitario". Esta aproximación conduce a una contradicción fundamental, que puede denominarse la "paradoja de la integración". La socialdemocracia aboga por la "integración" de los migrantes en el mercado laboral y la sociedad.
Sin embargo, la función económica principal de esta mano de obra, es servir como una fuerza flexible y disciplinante, es decir, como parte del ejército industrial de reserva. Para que el capital se beneficie plenamente de su presencia, los trabajadores migrantes deben permanecer en una posición estructuralmente más débil que los nativos: más precarios, con menos derechos y concentrados en los sectores peor pagados. Si se integraran plenamente con igualdad de poder y derechos, su utilidad para el capital como herramienta para deprimir los salarios disminuiría significativamente.
Por lo tanto, el modelo socialdemócrata de "integración" no busca crear una clase obrera verdaderamente igualitaria y unificada. Su objetivo es gestionar la creación de un subproletariado permanente, estratificado, que esté integrado económicamente (como fuerza de trabajo explotada) pero segregado social y políticamente. Es la reproducción gestionada y racionalizada del ejército de reserva dentro de las fronteras nacionales, un proyecto que, bajo el velo de la humanidad y la eficiencia, sirve en última instancia a la perpetuación del sistema de explotación capitalista.
La Derecha Anti-Inmigración
Si la socialdemocracia representa la gestión racional de la inmigración para el capital, la derecha conservadora y radical representa su gestión ideológica. Su discurso antiinmigración, basado en la xenofobia, el racismo y el pánico moral, cumple una función de clase indispensable para la burguesía: fracturar al proletariado y desviar su descontento lejos de las verdaderas causas de su sufrimiento.
Los partidos de la derecha europea, desde la CDU/CSU en Alemania hasta Vox en España, construyen al inmigrante como una figura amenazante, un "Otro" responsable de todos los males sociales. Su retórica se articula en torno a tres ejes principales: criminalidad, abuso del Estado del bienestar y amenaza a la identidad nacional.
El discurso de la derecha asocia de forma sistemática e intencionada la inmigración con el aumento de la delincuencia, especialmente las agresiones sexuales, creando un pánico moral que exige políticas estrictas. Esta narrativa ignora deliberadamente que las tasas de criminalidad están fundamentalmente ligadas a factores socioeconómicos como la pobreza, la exclusión y la marginalización, que afectan de manera desproporcionada a las comunidades migrantes, y no a una supuesta propensión cultural o racial al delito. Para más información, os dejo este artículo: Desmontando los Mitos sobre la Inmigración en España.
Asimismo, se acusa a los inmigrantes de ser una carga para el Estado del bienestar, de abusar de los servicios sanitarios y las ayudas sociales a costa de los ciudadanos nativos. Esta afirmación, central en la estrategia del chovinismo del bienestar, es una falsificación económica. Numerosos estudios demuestran que la población inmigrante, al ser mayoritariamente joven y activa, contribuye a las arcas públicas a través de impuestos y cotizaciones sociales mucho más de lo que recibe en prestaciones, apuntalando de hecho la sostenibilidad de dichos sistemas.
La presión de la extrema derecha ha obligado a los partidos conservadores tradicionales, como la CDU alemana, a endurecer su discurso y sus políticas, llegando incluso a votar conjuntamente con la ultraderecha para restringir el derecho de asilo.
La postura de la derecha antiinmigración se define por una hipocresía monumental. Son los más fervientes defensores de las mismas estructuras económicas neocoloniales y de las aventuras militares imperialistas que constituyen las causas primarias de la migración masiva. Apoyan con entusiasmo los acuerdos de "libre comercio" que arruinan a los agricultores del Sur, la desregulación que permite a sus corporaciones saquear los recursos naturales de África, y las intervenciones de la OTAN que siembran la guerra y la desestabilización.
La derecha defiende la libertad absoluta de movimiento para el capital, las mercancías y los ejecutivos de las multinacionales, pero exige la inmovilidad absoluta y la criminalización de la fuerza de trabajo que ese mismo capital desplaza y empobrece. Se lamentan de las consecuencias humanas de la migración mientras aplauden y promueven activamente sus causas. Esta contradicción no es un error lógico, sino una necesidad ideológica.
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Concentración con el lema 'Stpo racismo' en Logroño. EFE/Raquel Manzanares. |
Nativa o Extranjera, la Misma Clase Obrera
La función política fundamental de esta retórica del odio no es tanto detener la inmigración (que, como hemos visto, es necesaria para el capital) sino dividir a la clase trabajadora para gobernarla. Al culpar al inmigrante del desempleo, la precariedad laboral, los bajos salarios y el colapso de los servicios públicos, la derecha desvía la legítima ira de la clase obrera nativa de su verdadero origen: la clase capitalista y sus políticas de austeridad, desregulación y ataque a los derechos laborales.
Esta estrategia enfrenta a un sector del proletariado contra otro en una competencia fratricida por los recursos escasos, destruyendo la solidaridad de clase, que es la única arma efectiva de los trabajadores contra el capital. El lema "Nativa o extranjera, la misma clase obrera" es el antídoto revolucionario necesario contra este veneno ideológico.
Hacia una Dirección Internacionalista y Revolucionaria
La disyuntiva entre la gestión "humanitaria" de la socialdemocracia y el rechazo xenófobo de la derecha es una falsa elección, un espectáculo diseñado para ocultar una verdad fundamental: ambas posiciones sirven, por vías diferentes pero complementarias, a los intereses de la clase capitalista.
Se ha demostrado que la migración forzada desde África no es un fenómeno espontáneo, sino el producto directo y necesario de la explotación imperialista. El legado del colonialismo, el saqueo neocolonial contemporáneo por parte de las corporaciones transnacionales y la desestabilización militar perpetrada por la OTAN y las antiguas potencias coloniales son las verdaderas causas de raíz que impulsan a millones de personas a un éxodo desesperado.
Dentro del sistema capitalista europeo, estos trabajadores migrantes cumplen una función estructural crucial como el contingente más móvil y explotable del ejército industrial de reserva. Su presencia disciplina a toda la clase obrera, presiona los salarios a la baja y permite al capital maximizar la extracción de plusvalía.
Ante esta realidad, las dos alas del espectro político burgués ofrecen sus respectivas estrategias de gestión. La socialdemocracia, con su pragmatismo economicista disfrazado de humanitarismo, busca administrar eficientemente esta reserva de mano de obra para asegurar la rentabilidad del capital nacional. Su política de "integración" es, en realidad, una política de estratificación, que asigna a los migrantes un lugar permanente en los peldaños más bajos y precarios del mercado laboral. La derecha, por su parte, utiliza a este mismo ejército de reserva como un chivo expiatorio ideológico. A través de una retórica racista y nativista, desvía el descontento de la clase obrera nativa, fractura la solidaridad proletaria y refuerza el dominio burgués. Ambas son enemigas de la clase obrera internacional.
Una posición genuinamente comunista y antiimperialista debe, por tanto, rechazar de plano este movimiento de pinza burgués. Esto implica la adopción de un programa intransigente que se oponga a la lógica del capital y del Estado-nación:
- La defensa incondicional de la libertad de circulación de todas las personas. Las fronteras son una herramienta de la clase dominante para dividir y controlar al proletariado. Ningún ser humano es ilegal.
- La lucha por la igualdad plena de derechos legales, sociales y laborales para todos los trabajadores, independientemente de su lugar de nacimiento o nacionalidad. Esto significa luchar por la regularización de todos los trabajadores indocumentados y por la derogación de todas las leyes de extranjería discriminatorias. Solo garantizando los mismos derechos para todos se puede impedir que el capital utilice a los trabajadores migrantes para atacar las condiciones del conjunto de la clase.
- La unidad de toda la clase obrera, nativa y migrante, en una lucha común contra el verdadero enemigo: la clase capitalista y su sistema imperialista. Esto requiere combatir activamente el veneno del racismo y la xenofobia dentro de nuestras propias filas y construir organizaciones sindicales y políticas que unan a los trabajadores en función de sus intereses de clase compartidos, no de sus pasaportes.
Por tanto, la solución a la migración forzada no reside en una mejor gestión de las fronteras, ni en cuotas de asilo más "justas", ni en programas de integración más eficientes. La única solución real y duradera es la abolición del sistema que la genera. La lucha contra los controles migratorios racistas es inseparable de la lucha contra el imperialismo. Solo en una sociedad sin clases y sin fronteras podrá la humanidad moverse libremente, no por la necesidad desesperada de huir de la miseria y la guerra, sino por el deseo de construir un futuro común.