Gadafi: ¿Terrorista o Revolucionario?
Es probable que cuando pienses en Muamar Gadafi, te vengan a la mente las palabras "terrorista" o "dictador". Sin embargo, he de decirte que detrás de esa imagen oficial hay una historia mucho más compleja y mucho más incómoda para las potencias occidentales.
En 1969, un joven militar llamado Muamar Gadafi derrocó a la monarquía títere de Libia, un régimen servil a los intereses extranjeros. Lo primero que hizo fue tomar el control de lo que pertenecía a su pueblo, el petróleo. En lugar de que los beneficios energéticos fueran a parar a las cuentas de multinacionales extranjeras, los recursos pasaron a financiar un ambicioso proyecto de transformación social.
El Milagro Libio
Con los ingresos petroleros, Libia implantó servicios sociales gratuitos, ofreciendo educación, sanidad y vivienda pública para todos. El país redujo el analfabetismo a mínimos históricos, erradicó la deuda externa y construyó infraestructuras que antes eran impensables en uno de los países más pobres de África. Incluso la esperanza de vida aumentó drásticamente. Esos datos, contrastables, rara vez forman parte del relato oficial.
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Muamar Gadafi. Foto: Europa Press/Archivo |
Pero Gadafi no se limitó a cambiar la realidad dentro de sus fronteras. Promovió la unidad africana, financió movimientos de liberación en todo el mundo (incluido el Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela) y propuso una moneda continental respaldada por oro, que amenazaba directamente la hegemonía del dólar y del euro. Lo que estaba en juego no era solo Libia, sino un modelo alternativo para el Sur Global, un sistema financiero africano sin el FMI y sin la subordinación a Occidente. Y eso, para las potencias occidentales, era inaceptable.
La Respuesta de Occidente
Cuando Occidente no puede controlar a un líder, lo demoniza. En los años 80, Estados Unidos acusó a Libia de terrorismo, bombardeó Trípoli y mató a civiles, incluida una hija adoptiva de Gadafi. La prensa occidental se encargó de esculpir su figura como villano. La misma maquinaria propagandística que ha justificado guerras ilegales, golpes de Estado y sanciones económicas letales, fue desplegada sin reservas, convirtiendo su lucha por la soberanía en una "dictadura" y su independencia en una "amenaza".
Por supuesto, Gadafi no fue un líder intachable. Centralizó el poder, reprimió a sus opositores y cometió errores políticos graves. Pero el problema para Washington, Londres y París no fue la falta de democracia o los derechos humanos. El problema fue su empeño en desafiar el orden impuesto, en negarse a ceder el control de sus recursos y en intentar forjar una ruta independiente para África.
La culminación de esta historia llegó con la Primavera Árabe. En 2011, bajo el pretexto de proteger a la población civil, la OTAN intervino militarmente en Libia. La intervención concluyó con el linchamiento público de Gadafi y el colapso del Estado. Hoy, Libia es un país desmembrado, sin un gobierno central efectivo, plagado de milicias armadas y con mercados de esclavos a plena luz del día. La OTAN no llevó la democracia, llevó la desintegración.
El Relato como Arma
Este no es un caso aislado, es un patrón que se repite. Salvador Allende, Yasser Arafat, Hugo Chávez, Saddam Hussein... la lista es larga. No importa si un líder es democrático o autoritario; si se atreve a desafiar los intereses de las grandes potencias, nacionalizando sus recursos o saliéndose del guion del FMI, tarde o temprano se convierte en enemigo público.
Así funciona el relato dominante: convierte la resistencia en dictadura, la soberanía en amenaza, la emancipación en caos. Se nos enseña a temer a quienes no se arrodillan. Porque si los pueblos comienzan a ver en esos líderes una alternativa posible, el orden mundial basado en la dominación y el expolio corre el riesgo de tambalearse.
Muamar Gadafi no fue un santo, pero tampoco fue el monstruo que nos vendieron. Fue, ante todo, un enemigo del sistema. Y en este mundo, eso es lo verdaderamente imperdonable.
“El imperialismo deja tras de sí gérmenes de podredumbre que debemos detectar clínicamente y eliminar, no solo de nuestra tierra, sino también de nuestras mentes.” ~ Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (1961)