Si pudieras separar tu Conciencia, ¿lo harías?

⚠️ Alerta de spoilers. Este artículo contiene revelaciones importantes de la serie Separación (Apple TV+). Si no la has visto, sigue bajo tu propia responsabilidad.

Vivimos tiempos en los que la línea entre lo laboral y lo personal se ha vuelto borrosa, hasta el punto en que muchas personas ya no saben quiénes son fuera del rol que desempeñan en una empresa. Separación lleva esta idea al extremo. ¿Y si pudieras dividirte en dos personas completamente separadas, una que solo vive para trabajar y otra que nunca recuerda lo que hace en la oficina? A partir de esa premisa, aparentemente absurda, la serie construye una distopía elegante y profundamente incómoda.

En este artículo os quiero hablar de lo que Separación dice sobre el trabajo, la identidad y el poder. También de cómo refleja ciertos mecanismos de control y alienación que ya están presentes en nuestro día a día.

La Escisión del Yo

En la era del trabajo como religión, Separación no es simplemente una serie, es una advertencia. Ambientada en un entorno laboral tan aséptico como inquietante, nos presenta un mundo donde los empleados pueden someterse a un procedimiento que divide sus memorias en dos. Dentro de la oficina, son una persona. Fuera, otra completamente distinta. Ninguna recuerda a la otra. Suena extremo, pero ¿lo es realmente?

La genialidad de Separación es que lleva a su conclusión lógica algo que ya vivimos, la disociación entre el yo que trabaja y el yo que vive. Solo que aquí, esa fractura es literal. La serie no sólo lo muestra, sino que lo dramatiza con una precisión quirúrgica.

Trabajo sin Sentido

Dentro de Lumon, el trabajador no sabe por qué hace lo que hace. Manejan datos de una interfaz abstracta, sin ninguna comprensión del fin. No hay producto visible, no hay propósito claro, no hay satisfacción. Solo tareas.

Lo perturbador no es que no entiendan su función. Es que ni siquiera pueden preguntarse por ella. El lenguaje está limitado, el tiempo está controlado, y las recompensas son absurdas. La serie juega con esa sensación común en ciertos trabajos contemporáneos: desempeñar una función mecánica, sustituible, sin saber nunca si eso que haces tiene algún valor más allá de pagar facturas.

Lumon no es solo una corporación, es una secta religiosa. Las normas laborales se parecen a mandamientos. Hay rituales, salas de castigo, recitaciones de frases edificantes. La obediencia se vuelve una forma de virtud. 

El trabajo contemporáneo nos pide pasión, compromiso, identidad. Como si ser empleado no fuera un contrato, sino una forma de existencia. Separación lleva esto a su conclusión más distópica: ¿y si ya no pudieras dejar de ser trabajador ni siquiera al salir por la puerta?

Uno de los elementos más inquietantes es que los empleados no tienen control sobre sus propios cuerpos durante su jornada. El “yo laboral” vive atrapado en una rutina sin descanso, sin posibilidad de decidir, sin siquiera acceso a la memoria personal. Ni vacaciones, ni fines de semana. Un presente continuo e inescapable. El “yo de fuera” es el que firma los contratos, toma las decisiones legales, pero nunca experimenta el trabajo. Lo delega en su doble interior, al que ignora por completo. Es una esclavitud delegada. Consentida, pero sólo por una de las dos conciencias. Aquí el cuerpo ya no te pertenece por completo: pertenece al sistema.

Insurrección y Despertar

Uno de los momentos más importantes de la serie es el intento de suicidio de Helly, el “yo interior” que no soporta la cárcel mental del trabajo eterno. Pero su sufrimiento es invisible: su “yo exterior” simplemente lo ignora, e incluso reafirma su voluntad de seguir con el procedimiento.

A medida que los personajes comienzan a hacerse preguntas, a recordar fragmentos, a sospechar… emerge una chispa. Una insurrección. Un atisbo de conciencia. La última parte de la temporada es un crescendo donde los trabajadores consiguen “salir”, no físicamente, sino mentalmente, por primera vez. Este despertar sería la "conciencia de clase", el momento en que el trabajador se da cuenta de su situación objetiva y actúa para transformarla. No obstante, como ocurre en la realidad, el sistema intenta cerrar cualquier fisura antes de que se convierta en una revolución.

¿Ficción o Profecía?

Separación no propone un futuro imposible. Propone una alegoría brutalmente cercana. Nos recuerda cómo la separación entre vida y trabajo es cada vez más tenue: el teletrabajo, los correos fuera de horario, los entornos donde se exige “entusiasmo”, la lógica de rendimiento que invade incluso el ocio. No es que Separación imagine un mundo nuevo, es que nos muestra lo que podría pasar si seguimos aceptando que trabajar es más importante que vivir: una existencia vacía, mecánica y angustiante. ¿Cuánto de nuestra vida le estamos regalando al sistema? ¿Cuánto estamos dispuestos a perder antes de decir basta? Porque si un día te despiertas y descubres que tu “yo laboral” lleva años gritando desde dentro… quizás ya sea demasiado tarde para escucharlo. Cuando el trabajo ya no es parte de tu vida, sino tu única vida, entonces ya no eres humano, eres capital en movimiento.