Fe y Feminismo, El Velo
Pocas prendas de vestir están tan cargadas de significado y controversia como el velo islámico. Se ha convertido en un campo de batalla simbólico global, un choque entre la fe y el laicismo, la lucha por la autonomía corporal, las complejidades de la identidad cultural en un mundo postcolonial y las persistentes estructuras del poder patriarcal. Su presencia en el espacio público, tanto en Oriente como en Occidente, desencadena debates que a menudo simplifican una realidad profundamente compleja. El velo es, en esencia, un "símbolo polisémico", capaz de evocar imágenes de sumisión forzada y, simultáneamente, de orgullosa resistencia.
¿Cómo puede un mismo objeto ser interpretado como un instrumento de opresión patriarcal y, al mismo tiempo, como una herramienta de liberación?
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Más Allá del Islam
La práctica de cubrir la cabeza de las mujeres tiene raíces profundas en las antiguas civilizaciones de Mesopotamia. Los primeros registros datan del siglo XIII a.C. en Asiria, donde el velo no tenía una connotación religiosa, sino que funcionaba como un marcador de estatus social. La ley asiria exigía que las mujeres casadas y de clase alta se cubrieran la cabeza en público, mientras que prohibía explícitamente su uso a prostitutas y esclavas.
El velo, por tanto, distinguía a las mujeres "respetables" de las que no lo eran, estableciendo una jerarquía social visible. Prácticas similares existían en las civilizaciones persa, griega y romana, donde cubrirse la cabeza era una costumbre frecuente para las mujeres de cierto estatus. Fue con el judaísmo que el velo adquirió un significado religioso más explícito, convirtiéndose en un símbolo de modestia y decoro en cumplimiento de la ley judaica.
Esta tradición se transmitió al cristianismo primitivo. Textos del Antiguo Testamento, como el relato de Rebeca cubriéndose con un velo ante Isaac (Génesis 24:64-65), y del Nuevo Testamento, donde San Pablo instruye que una mujer que ora con la cabeza descubierta "deshonra su cabeza", establecen una clara continuidad en las religiones abrahámicas. Por lo tanto, cuando el Islam surgió en el siglo VII, la práctica de velar a las mujeres ya estaba profundamente arraigada en las culturas y religiones de la región.
La Polisemia del Hijab
Contrario a la creencia popular, el Corán no contiene un mandato explícito e inequívoco que ordene a todas las mujeres cubrirse el cabello o el rostro. El debate se origina en la interpretación de varios términos y versículos clave, cuya ambigüedad ha dado lugar a siglos de disputas teológicas y jurisprudenciales.
El término más conocido, hiyab, aparece siete veces en el Corán, pero en ninguna de ellas se refiere a una prenda de vestir femenina. Su significado literal es "cortina", "barrera" o "separación".
Para evitar la falacia de tratar el velo como una entidad monolítica, es crucial distinguir entre las diferentes prendas, sus orígenes y sus contextos culturales.
Tipología
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Imagen de Abel Gil |
- Burka. Túnica que cubre completamente el cuerpo de la cabeza a los pies, con una rejilla de tela sobre los ojos para permitir la visión. Tradición tribal de los pastunes, no tiene una base coránica directa. Impuesto por los talibanes. Afganistán y zonas tribales de Pakistán.
- Niqab. Velo que cubre el rostro y la cabeza, dejando solo una abertura para los ojos. Suele combinarse con una túnica negra (abaya). Interpretación rigorista (wahabí/salafista) que considera el rostro parte del "adorno" a cubrir. Península Arábiga (Arabia Saudí), Golfo Pérsico, y entre grupos salafistas en Occidente.
- Chador. Manto de cuerpo entero, a menudo negro, que cubre desde la cabeza hasta los pies pero deja el rostro descubierto. Se sujeta con la mano. Tradición cultural persa, adoptada por el chiismo. Irán, Irak y comunidades chiitas.
- Al-Amira. Velo de dos piezas: un gorro ajustado que cubre el cabello y un velo tubular que se coloca sobre él, cubriendo cuello y hombros. Estilo moderno y práctico, popular por su facilidad de uso. Común entre mujeres jóvenes y en países como Malasia y Egipto.
- Hiyab. Pañuelo que cubre el cabello, las orejas y el cuello, dejando el rostro visible. Interpretación común del khimar coránico. Ampliamente extendido en todo el mundo musulmán (Egipto, Jordania, diáspora occidental).
- Shayla. Pañuelo largo y rectangular que se envuelve holgadamente alrededor de la cabeza y se prende en el hombro. Estilo tradicional en la región del Golfo Pérsico. Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Catar.
El Espejo Occidental
El debate sobre el velo islámico en Occidente se produce en un vacío histórico, ignorando las profundas tradiciones de cobertura y modestia femenina dentro del propio cristianismo. Desentrañemos pues el doble rasero y comprendamos las lógicas patriarcales compartidas que subyacen a las tres grandes religiones monoteístas.
En la tradición católica, la forma más visible de cobertura femenina es el hábito de las monjas. Esta vestimenta no es un mandato para todas las mujeres, sino el símbolo de una elección vocacional de una minoría que decide consagrar su vida a Dios. El hábito, que incluye una túnica talar (hasta los talones) y un velo, representa la renuncia a las vanidades del mundo, la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia, y una "armadura espiritual". El velo, en particular, simboliza la humildad y el sacrificio de la "gloria" femenina (el cabello) para que solo brille la gloria de Dios.
Una práctica más extendida, aunque hoy en gran medida abandonada, fue el uso de la mantilla. Con origen en la "toca" (un pañuelo de uso común en España desde el siglo XVI), la mantilla evolucionó hasta convertirse en una prenda de encaje utilizada por las mujeres para cubrirse la cabeza en señal de respeto al entrar en una iglesia. Hoy en día, su uso se limita a ocasiones solemnes como la Semana Santa o como prenda ceremonial para madrinas en bodas y bautizos.
Aunque las manifestaciones externas difieren (un velo, un hábito, una falda larga), es posible identificar una lógica patriarcal compartida en el enfoque de las tres religiones abrahámicas sobre el cuerpo femenino. En todas ellas, este es visto como una fuente potencial de tentación para el hombre, y la responsabilidad de gestionar el deseo masculino recae, en gran medida, sobre la mujer a través de su vestimenta. La "protección" de la mujer se logra mediante su ocultamiento, en lugar de centrarse en la educación de los hombres en el respeto y el autocontrol. Esta crítica feminista no es inherentemente islamófoba, sino que apunta a una estructura de poder común en el patriarcado abrahámico.
El Velo como Instrumento del Patriarcado
Desde una parte significativa del feminismo, el velo no es una prenda neutra, sino un poderoso símbolo de la subyugación de las mujeres. Esta perspectiva argumenta que, independientemente de las intenciones individuales, el velo perpetúa una ideología que segrega y subordina a las mujeres en el espacio público.
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Una mujer se corta el pelo frente en Estambul. YASIN AKGULAFP. |
Figuras como la filósofa Amelia Valcárcel sostienen que el velo es problemático desde cualquier punto de vista. Si se considera un símbolo religioso, su lugar no es el espacio público laico. Si se ve como un símbolo cultural, implica que las mujeres tienen "obligaciones de decencia especiales", lo que contraviene directamente el principio constitucional de igualdad entre hombres y mujeres. El velo, por tanto, no es una cuestión de estética, sino de ética, ya que materializa la idea de que el cuerpo femenino debe ser controlado y ocultado para no provocar el deseo masculino. Esta visión argumenta que pedir tolerancia para una práctica que históricamente ha significado la minorización de la mujer es un anacronismo (algo que no se corresponde o parece no corresponderse con la época a la que se hace referencia). El velo es, pues, la manifestación visible de un sistema patriarcal que asigna a la mujer un estatus inferior, la confina al ámbito privado y la define en relación con el hombre. Por tanto, legitimarlo en nombre de la diversidad o la libertad religiosa sería legitimar un símbolo machista y traicionar la lucha histórica por la emancipación femenina.
Uno de los puntos más contenciosos del debate es el concepto de "libre elección". Las críticas feministas seculares argumentan que esta noción es un mito cuando se aplica a un símbolo tan cargado de presión social y religiosa. La elección de llevar el velo no ocurre en un vacío, sino en un contexto de socialización desde la infancia, chantaje emocional familiar, presión comunitaria y, en muchos casos, dependencia económica. Testimonios de mujeres que han huido de entornos conservadores revelan la existencia de una "ideología islamista arraigada hasta la médula en nuestras familias" que hace de la elección una "trampa". La pregunta fundamental que plantean es: ¿puede una decisión ser verdaderamente libre si la alternativa conlleva el ostracismo, la acusación de "occidentalizada", la violencia o incluso la muerte?. Para muchas, la elección es, en realidad, una estrategia de supervivencia para evitar conflictos o castigos. Por ello, este sector del feminismo aboga por no legitimar el símbolo, argumentando que hacerlo abandona a las millones de mujeres que son obligadas a llevarlo y que luchan por su derecho a no hacerlo.
El caso de Irán sirve como el paradigma más potente de la resistencia contra el velo impuesto. Desde la revolución de 1979, el hiyab ha sido obligatorio por ley, y su cumplimiento es vigilado por la "policía de la moral". La muerte de Mahsa Amini en 2022 bajo custodia de esta policía por llevar el velo incorrectamente desató el movimiento "Mujer, Vida, Libertad", una de las mayores protestas en la historia de la República Islámica. Este movimiento ilustra de manera contundente la lucha contra la coerción estatal. Mujeres de todas las edades se han quitado y quemado sus velos en público, enfrentándose a detenciones, palizas, encarcelamiento e incluso la muerte.
Es crucial señalar que esta lucha no es necesariamente antislámica o islamófoba. Muchas de las manifestantes son mujeres creyentes, y algunas eligen seguir usando el velo, pero luchan por el derecho fundamental a elegir. Su demanda no es la prohibición del velo, sino la abolición de su obligatoriedad. Este caso permite establecer una distinción analítica fundamental: la diferencia entre el símbolo (el velo) y el acto de poder (la imposición). La lucha más urgente y visible no es contra un trozo de tela, sino contra la violencia de un Estado que legisla y controla el cuerpo de las mujeres. Cualquier vía correcta debe priorizar la lucha contra la coerción por encima del debate sobre el simbolismo de la prenda. Paradójicamente, la prohibición del velo en algunos países europeos y su imposición en Irán, aunque políticamente opuestas, pueden ser vistas como dos caras de la misma moneda: el control estatal sobre la vestimenta y la autonomía de las mujeres.
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Una mujer sostiene una imagen de Mahsa Amini en una protesta tras su muerte. OZAN KOSEAFP. |
El Velo como Acto de Resistencia
Frente a la crítica secular, emerge una poderosa corriente de pensamiento, articulada por feministas islámicas, interseccionales y decoloniales, que rechaza la visión monolítica del velo como símbolo de opresión. Para ellas, el velo puede ser, y a menudo es, una herramienta de empoderamiento, una afirmación de identidad y un acto de resistencia consciente contra múltiples formas de dominación.
El feminismo islámico parte de la premisa de que es posible y necesario luchar por la igualdad de género dentro del marco de la fe islámica. Estas teólogas y activistas argumentan que el mensaje original del Corán es radicalmente igualitario y ha sido distorsionado por siglos de interpretaciones patriarcales. Figuras pioneras como Fatima Mernissi sostienen que los derechos de las mujeres no entran en conflicto con el Corán o el Profeta, sino con los intereses de una élite masculina que ha monopolizado la interpretación de los textos sagrados. Desde esta perspectiva, la solución no es abandonar el Islam, sino emprender una ijtihad (esfuerzo interpretativo) feminista para recuperar el espíritu liberador de la revelación. En cuanto al velo, Mernissi analiza en su obra El harén político cómo el concepto de hiyab se introdujo para crear una separación entre la esfera pública y la privada, marcando un retroceso en el principio de igualdad que caracterizaba a la comunidad musulmana primitiva. Otras feministas islámicas van más allá y reinterpretan el mandato de modestia como una elección espiritual que, al ser adoptada voluntariamente, se convierte en un acto de devoción y empoderamiento personal.
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Manifestación en la localidad madrileña de Parla a favor del uso del velo islámico en las aulas. |
El debate sobre el velo adquiere una dimensión completamente diferente cuando se analiza desde una perspectiva interseccional, que, como postula Angela Davis, entiende que la opresión se produce en la encrucijada de género, raza y clase. Para las mujeres musulmanas que viven como minorías en Occidente, la experiencia del velo está indisolublemente ligada al racismo y la islamofobia. En este contexto, ponerse el velo se transforma en un potente acto de afirmación identitaria. Es una forma de resistir la presión asimilacionista y de desafiar la mirada colonialista occidental que históricamente ha buscado "salvar" a la mujer musulmana de su propia cultura. El feminismo hegemónico occidental es criticado por su etnocentrismo y por participar, a menudo sin autocrítica, en narrativas orientalistas que presentan a las mujeres musulmanas como víctimas pasivas y sin agencia. El llamado a que el feminismo se descolonice es una exigencia para que reconozca que la liberación no tiene un único modelo y que la lucha de una mujer indígena o musulmana puede tomar formas diferentes a la de una mujer blanca de clase media. Así, en un entorno hostil, el velo puede pasar de ser un símbolo de opresión interna a ser un escudo de resistencia externa.
Un argumento central en la defensa del velo como acto liberador es su función como escudo contra la sexualización del cuerpo femenino en las sociedades capitalistas occidentales. Muchas mujeres afirman que el hiyab les permite liberarse de la tiranía de la mirada masculina y de los estándares de belleza impuestos por la industria de la moda y la cosmética. Al cubrir su cuerpo, obligan a la sociedad a valorarlas por su intelecto, su personalidad y sus acciones, en lugar de por su apariencia física. Desde esta visión, el velo es una herramienta para recuperar el control sobre su propio cuerpo, decidiendo quién puede verlo y en qué términos. Se establece un poderoso contraste entre la supuesta "prisión" del velo y la "prisión de la talla 38", la hipersexualización mediática y la presión por mantener una juventud eterna, que Mernissi y otras críticas señalan como los velos invisibles que oprimen a las mujeres en Occidente. Ambas argumentan que son formas de control patriarcal sobre el cuerpo femenino, pero solo una de ellas es constantemente señalada como bárbara y opresiva. Esto demuestra que el significado del velo no es inherente a la prenda, sino que se construye en relación con el contexto. En Irán, quitárselo es liberación; en Francia, ponérselo puede significar resistencia.
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Retrato de la activista Angela Davis / Michelle VIGNES. |
La Religión como Superestructura Patriarcal
El feminismo socialista ofrece una lente de análisis que trasciende el debate puramente cultural o religioso para examinar las bases materiales y económicas de la opresión de la mujer. Desde esta perspectiva, símbolos como el velo no pueden entenderse sin conectarlos con las estructuras de clase y los modos de producción que el patriarcado ayuda a sostener.
En el análisis marxista clásico, la religión forma parte de la "superestructura" ideológica de la sociedad. Su función es legitimar y reproducir las relaciones de poder existentes en la base económica. El feminismo socialista aplica esta idea al patriarcado, argumentando que las religiones monoteístas han sido históricamente "bastiones del patriarcado". A través de sus textos sagrados, leyes y rituales, estas religiones han justificado la subordinación de la mujer, naturalizando su rol en la esfera doméstica y su responsabilidad en el trabajo reproductivo no remunerado (cuidado de los hijos, tareas del hogar), que es fundamental para la reproducción de la fuerza de trabajo que sostiene al sistema capitalista.
Teóricas como Flora Tristán ya en el siglo XIX señalaban cómo el discurso ideológico "hecho desde la ley, la ciencia y la religión" justificaba la exclusión de las mujeres de la educación y su destino como esclavas de los hombres. Desde esta visión, el velo, en sus interpretaciones más restrictivas que abogan por la reclusión de la mujer, sería un símbolo de esta división sexual del trabajo, que mantiene a las mujeres en una posición de dependencia económica y las excluye del poder público.
Dicho esto, tenemos pues por un lado, que el velo podría ser visto como un instrumento de "falsa conciencia", una manifestación superestructural que distrae a las mujeres de su opresión material real, tanto de clase como de género, al enfocar su identidad en la piedad religiosa en lugar de en la conciencia de su explotación. Sin embargo, en el contexto del capitalismo tardío, caracterizado por la mercantilización de todos los aspectos de la vida, incluido el cuerpo femenino, el velo puede funcionar como un acto de resistencia anti-consumista. Al rechazar la moda, la industria de la belleza y la hipersexualización, la mujer que elige llevar el velo puede estar articulando una crítica, consciente o no, a la cultura del capitalismo.
Esta dualidad expone una paradoja central: un acto puede ser subjetivamente vivido como resistencia a la cultura del capitalismo mientras que, objetivamente, puede reforzar la estructura del capitalismo al perpetuar roles de género tradicionales que son funcionalmente útiles para el sistema (la mujer como principal cuidadora no remunerada). El feminismo socialista insiste en que la emancipación total de la mujer no puede lograrse solo con una revolución de las costumbres o de la conciencia; requiere una transformación fundamental de las estructuras económicas que perpetúan tanto la explotación de clase como la opresión patriarcal. La lucha por la libertad de no llevar el velo está, por tanto, intrínsecamente ligada a la lucha por la independencia económica y la justicia social.
Feminismo Transnacional
La velación forzada, ya sea impuesta por el Estado (como en Irán), por la familia a través de la coerción, o por la presión comunitaria que anula la autonomía, es una violación inequívoca de los derechos humanos fundamentales. La solidaridad feminista global debe ser incondicional y militante con todas las mujeres y movimientos que luchan contra esta forma de control sobre sus cuerpos y sus vidas.
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Manifestación feminista |
- A nivel internacional, es imperativo ofrecer un apoyo activo, visible y sostenido a los movimientos de mujeres, como "Mujer, Vida, Libertad", que luchan contra las leyes de velación obligatoria y otras formas de discriminación legalizada.
- A nivel nacional en Occidente, la tarea es doble. Por un lado, combatir sin tregua la islamofobia, el racismo y la xenofobia que instrumentalizan el debate sobre el velo para atacar a las comunidades musulmanas. Por otro, garantizar que el principio de laicidad se aplique para proteger la libertad de conciencia de todos, no como una herramienta para vigilar y castigar selectivamente los cuerpos de las mujeres musulmanas.
- A nivel estructural, la lucha más profunda es aquella que aborda las raíces de la falta de libertad. Acabar con el capitalismo, y con ello alcanzar la independencia económica, el acceso universal a una educación laica y de calidad, la autonomía legal y el fin de la violencia de género son las condiciones necesarias para que la "libre elección" deje de ser un mito para muchas y se convierta en una realidad tangible.
El feminismo debe resistir la tentación de imponer un único modelo de liberación. La vía correcta es una solidaridad pragmática, interseccional y contextual, que no se centre en juzgar la prenda, sino en desmantelar todas las formas de coerción que limitan la vida de las mujeres: la del Estado teocrático, la del Estado laico prohibitivo, la de la comunidad patriarcal y la del mercado capitalista que mercantiliza sus cuerpos. El objetivo final es un mundo donde cada mujer tenga el poder y las condiciones materiales para decidir, sin miedo ni coacción, sobre su propio cuerpo, su fe y su vida.
Para más información, os dejo este artículo: Del Socialismo al Caos Neocolonial: Irak y Afganistán antes y después de Estados Unidos.