La Deuda de Guzmán: más que una simple Película, tu Futuro
⚠️ Alerta de spoilers. Este artículo contiene revelaciones importantes de la película "La deuda", de Daniel Guzmán.
La Deuda es la culminación y maduración del proyecto cinematográfico coherente y sostenido de su director. En A cambio de nada, Guzmán ya abordaba la precariedad y la desestructuración familiar a través de la mirada de un adolescente en un contexto problemático, encontrando en la solidaridad intergeneracional un refugio frente a la hostilidad del entorno. La Deuda retoma y profundiza estos temas, elevando la apuesta al transitar del drama social a un thriller social. Las tensiones sociales generadas por el capitalismo han alcanzado un punto de quiebra absoluta, donde la lucha por la supervivencia adquiere la urgencia y la violencia de un thriller. Las crisis no son coyunturales, sino sistémicas y endémicas.
Guzmán ha declarado explícitamente haberse endeudado a nivel personal y económico para realizarla. Las condiciones materiales de la producción cultural crítica bajo el capitalismo reflejan las condiciones materiales del proletariado que la película retrata. La creación de La Deuda no es solo una representación de la lucha contra la precariedad, sino una manifestación de esa misma lucha. El sistema capitalista, que prioriza el beneficio sobre el valor cultural, impone un castigo económico y personal incluso a aquellos que intentan criticarlo, demostrando la naturaleza recursiva de su lógica. Esta película se convierte así en un ejemplo de trabajo alienado, donde el creador debe sacrificar su propio bienestar para producir una obra que el mercado apenas tolera, reforzando la tesis central de la película desde fuera de la propia pantalla.
La Violencia del Capital
El conflicto central de La Deuda es la inminente orden de desahucio que pesa sobre Lucas y Antonia. Su edificio ha sido adquirido por un fondo de inversión (fondo buitre) con el objetivo de convertirlo en apartamentos turísticos. Esta narrativa es una representación directa de un mecanismo clave del capitalismo financiero contemporáneo: la acumulación por desposesión. El hogar, un espacio definido por su valor de uso (refugio, memoria, comunidad), es transformado violentamente en un activo inmobiliario, una mercancía cuyo único propósito es generar valor de cambio y renta para el capital.
La película sitúa esta batalla en los barrios céntricos de Madrid, utilizando escenarios reales que anclan el proceso económico abstracto en una realidad tangible y reconocible. La gentrificación no se presenta como un proceso natural, sino como lo que realmente es: una guerra de clases que ha expulsado a los vecinos de sus barrios. Guzmán denuncia el modelo económico nacional que lo apuesta todo al turismo y al ladrillo, sectores que inherentemente priorizan el capital especulativo sobre las necesidades habitacionales de la clase trabajadora.
Es significativo que el antagonista de la película no sea un individuo malvado, un casero codicioso arquetípico, sino una entidad corporativa anónima: un fondo de inversión. El fondo encarna la naturaleza del capital como una fuerza abstracta, social e impersonal, que opera según su propia lógica de autovalorización, con independencia de la voluntad o la moral de cualquier agente individual.
Las acciones del fondo no están motivadas por la malicia, sino por el imperativo estructural de maximizar el rendimiento de la inversión. Esto retrata con precisión la naturaleza deshumanizada del sistema, donde las necesidades humanas, la dignidad y los lazos afectivos son externalidades irrelevantes frente al cálculo financiero. Al despersonalizar al antagonista, la película evita la trampa de la crítica moralista e individual, y en su lugar, dirige la crítica hacia la estructura misma del sistema capitalista.
Anatomía de la Alienación
El protagonista, Lucas, interpretado por el propio Guzmán, es un hombre de 47 años en paro. Encarna a un segmento creciente y definido del proletariado contemporáneo: el trabajador precario, de mediana edad, a quien el sistema capitalista ha declarado obsoleto. Como señala Guzmán, a los 50 años el acceso al mercado laboral se vuelve casi imposible, lo que conduce a una exclusión social de facto. Lucas es un miembro del "ejército industrial de reserva" de Marx; su existencia superflua para el capital sirve como una amenaza disciplinaria para aquellos que todavía están empleados, recordando a todos la facilidad con la que pueden ser reemplazados y descartados.
La narrativa es la historia de un hombre que, empujado por las circunstancias, toma una serie de "decisiones erróneas" que lo llevan por un camino peligroso. Sin embargo, estas decisiones no son fallos morales individuales, sino las consecuencias lógicas y casi inevitables de un estado de profunda alienación:
- Lucas no produce nada. Su condición de desempleado le niega la capacidad de objetivar su fuerza de trabajo en un producto que pueda reconocer como propio. El dinero que busca desesperadamente es una abstracción total, una mercancía fetichizada que se ha convertido en el fin último de la existencia, pero que él es incapaz de generar a través de su propio trabajo creativo. El producto de su "trabajo" final (el dinero robado) es en sí mismo un objeto ajeno que lo domina y lo pone en peligro.
- Su "trabajo" se convierte en la actividad desesperada, ilegal y peligrosa de conseguir dinero por cualquier medio. Esta actividad no es una expresión libre de sus capacidades humanas, sino un acto hostil y coercitivo impuesto por el sistema. En él, Lucas no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado. Su actividad productiva es una actividad alienada.
- La esencia humana reside en la actividad vital libre y consciente, en la capacidad de producir de forma universal y de relacionarse con la naturaleza y la comunidad. La función humana más fundamental de Lucas (cuidar de Antonia, un acto de solidaridad) se ve pervertida por el sistema. Para cumplir con este deber humano, se ve obligado a cometer actos inhumanos (el robo, la violencia), lo que lo aleja de su propia "esencia humana". El sistema capitalista crea así una contradicción irresoluble entre sus necesidades afectivas y los medios disponibles para satisfacerlas.
- El sistema atomiza a los individuos y sustituye los lazos comunitarios por relaciones mercantiles. Lucas se ve forzado a recurrir a criminlaes y enfrentarse al aparato represivo del Estado (la policía). La sociedad capitalista lo aísla, convirtiendo a los demás en meros medios u obstáculos en su lucha individual por la supervivencia, en lugar de camaradas en una lucha colectiva.
Culpa
Un tema central, destacado tanto por Guzmán como por la crítica, es el de la culpa. Esta culpa es una construcción ideológica que sirve a los intereses de la clase dominante. La ideología no es simplemente un conjunto de ideas, sino una falsa conciencia que invierte la relación real entre los individuos y sus condiciones materiales, presentando las consecuencias de las estructuras sociales como fallos personales.
La culpa que siente Lucas es la manifestación psicológica de esta ideología. Él internaliza la responsabilidad personal por un fracaso que es sistémico. Como afirma Guzmán, el sistema "te convence de que es culpa tuya si no llegas". Esta culpa es restrictiva, ya que impide el desarrollo de una conciencia de clase revolucionaria. En lugar de identificar al sistema capitalista como la fuente de su miseria, el individuo se culpa a sí mismo, neutralizando así cualquier impulso de rebelión colectiva.
El arco narrativo de la película, centrado en la culpa y la búsqueda de redención, funciona como una trampa ideológica. El sistema primero inocula un sentimiento de culpa en el individuo por los fracasos estructurales (Lucas se siente culpable por no poder salvar a Antonia del desahucio). Esta culpa genera una necesidad psicológica de redención individual (Lucas debe realizar un sacrificio y un acto heroico para expiar su "falta"). Todo este drama psicológico se desarrolla en el plano individual, desviando la atención de la naturaleza colectiva y política del problema. En lugar de buscar la acción colectiva para desafiar al sistema que causa el sufrimiento, el protagonista queda atrapado en una búsqueda moral puramente personal. De este modo, el arco de redención, pilar de la narrativa burguesa, canaliza el potencial revolucionario hacia el moralismo individual, asegurando que la estructura de poder permanezca intacta. El poder subversivo de La Deuda reside en cómo su brutal final rompe esta trampa para el espectador.
Relaciones Humanas en un Mundo Deshumanizado
El título de la película, La Deuda, opera a un nivel dialéctico. Yuxtapone dos formas de obligación radicalmente opuestas: la deuda abstracta, cuantitativa y alienante del capital, y la deuda concreta, cualitativa y humana de la solidaridad.
La deuda financiera es una relación de dominación y explotación. La deuda emocional entre Lucas y Antonia se basa en el cuidado mutuo y una historia compartida (la nonagenaria que hizo lo mismo por él cuando era un crío). Esta es una relación de reciprocidad y apoyo mutuo. La tragedia central de la película es la subordinación violenta de la segunda a la primera. La verdadera deuda no es la económica, sino la que mantenemos con nosotros mismos y con quienes amamos. El sistema capitalista no solo no reconoce el valor de esta segunda deuda, sino que la destruye activamente en su búsqueda incesante de beneficio.
La película pone el foco en la vulnerabilidad de la tercera edad, subrayando cómo el capitalismo descarta a aquellos que ya no son considerados productivos en un sentido estrictamente económico. Guzmán critica un sistema que "te empuja a recluir a los mayores en residencias porque no tienes tiempo para cuidarlos". Expone así una contradicción fundamental: el sistema exige la reproducción social (tener hijos para alimentar el sistema y garantizar el relevo) pero niega los medios para el cuidado social (atender a los padres y mayores), privatizando esa carga sobre las familias ya precarizadas.
Tragedia Inevitable
El final de la película es descrito de forma unánime por la crítica como "sorprendente", "duro", "nada complaciente con el espectador" y, gráficamente, como un "puñetazo en la mandíbula". Esto apunta a una resolución trágica en la que la lucha individual de Lucas fracasa.
Esta es la única conclusión políticamente honesta. Un final feliz, en el que Lucas de alguna manera lograra vencer al fondo de inversión, sería una concesión a la ideología burguesa: la fantasía de que el heroísmo individual puede superar las fuerzas sistémicas. Un final así proporcionaría una falsa catarsis, permitiendo al público abandonar la sala con una sensación de alivio y la creencia de que, a pesar de todo, el sistema puede ser vencido con esfuerzo y bondad individuales.
El durísimo final de La Deuda niega este consuelo. Obliga al espectador a confrontar la brutal realidad de que, dentro de un sistema antagónico como el capitalismo, las luchas del proletariado, por nobles que sean, están destinadas a ser aplastadas si permanecen en el plano individual. La victoria no es posible sin una transformación de la lucha individual en un movimiento colectivo y revolucionario.
La tragedia no es pesimismo ni nihilismo, sino una herramienta para la generación de conciencia de clase. Al demostrar la poca eficacia de las soluciones individuales, la película señala implícitamente la necesidad de soluciones colectivas. La devastación emocional que puede sentir el público no es solo empatía por un personaje de ficción; es el germen de una ira política dirigida contra el sistema responsable de su destrucción. La película no ofrece respuestas, pero su brutal honestidad plantea las preguntas correctas sobre la naturaleza del sistema en el que vivimos y la urgencia de su superación.
Potencial Político
La estética de la película (descrita como sobria, realista, emocionalmente intensa, y que emplea localizaciones reales y actores no profesionales) se alinea con la mejor tradición del realismo crítico. No se limita a sostener un espejo frente a la sociedad, sino que busca diseccionar y exponer las estructuras sociales y económicas subyacentes que producen la realidad superficial que vemos. Logra volver a poner en el centro al ser humano y su sufrimiento concreto, en un mundo que ha sido deshumanizado por el fetichismo de la mercancía y la lógica abstracta del capital.
La Deuda, si bien no llama explícitamente a la revolución, es una poderosa pieza de agitación cultural. Utiliza magistralmente las técnicas del thriller social para desnudar las violentas contradicciones del sistema capitalista. Al rechazar las respuestas fáciles y el sentimentalismo consolador, desafía la ideología dominante y equipa a su audiencia con una comprensión más clara y crítica de su propia realidad material. Y esa comprensión es, y ha sido siempre, el primer paso indispensable hacia la acción política colectiva.



