El Ocaso de la Revolución Bolivariana

¿Qué queda realmente de la revolución bolivariana? ¿Es Venezuela el “fracaso socialista” que pregonan los yankees o una sociedad asediada que aún conserva conquistas populares?

Chávez

Durante el mandato de Hugo Chávez (1999–2013), Venezuela vivió una transformación sin precedentes. Gracias a la nacionalización del petróleo y una política de redistribución agresiva, se financiaron programas sociales que lograron reducir la pobreza, mejorar la salud pública, expandir la educación y garantizar viviendas dignas. El desempleo bajó, la mortalidad infantil cayó, y millones de personas salieron de la exclusión estructural. Pero estos avances no alteraron la lógica estructural del capital: la propiedad privada de los medios de producción y el carácter rentista del Estado siguieron intactos.

Chávez y su pueblo bajo la lluvia del Cordonazo de San Francisco.

Chávez promovió alianzas regionales como ALBA o Petrocaribe, cuestionó abiertamente al imperialismo en foros internacionales, y propuso un modelo democrático distinto, centrado en la participación popular y los derechos colectivos, consagrados en la Constitución de 1999. No fue un proyecto perfecto, pero sí fue radicalmente mejor al consenso neoliberal dominante en América Latina.

La relación entre Chávez y amplios sectores populares fue profundamente real y material. No se trataba solo de un culto a la personalidad, sino de la percepción de que, por primera vez, un gobernante escuchaba y respondía a las necesidades de la clase obrera. Las visitas a los barrios, los programas sociales visibles, el lenguaje coloquial y la confrontación directa con la élite económica generaron un vínculo emocional que excedía a la política formal.

En el terreno internacional, Chávez destacó por un posicionamiento claro en defensa de los pueblos oprimidos, con un énfasis especial en la causa palestina. No solo denunció los crímenes de guerra de Israel, sino que rompió relaciones diplomáticas en 2009 y destinó ayuda directa a Gaza en momentos críticos. Esta solidaridad formaba parte de una política exterior que buscaba articular un frente antiimperialista global junto a países como Bolivia o Cuba. En Occidente, sin embargo, este compromiso fue sistemáticamente ocultado o distorsionado por los grandes medios, que presentaban a Chávez como un caudillo irracional, autoritario y corrupto, borrando cualquier referencia a sus gestos de apoyo. El resultado fue una caricatura mediática que, lejos de informar, servía para aislar políticamente a Venezuela y neutralizar la simpatía que su política exterior podía generar en las clases trabajadoras de Occidente.

Su muerte, en marzo de 2013, provocó una de las manifestaciones de duelo colectivo más grandes de la historia reciente de América Latina. Millones de personas salieron a las calles, formaron colas interminables para despedirlo y lo velaron como si perdieran a un familiar cercano. Ese dolor popular era la expresión acumulada de años en que muchos sectores sintieron, quizá por primera vez, que el Estado les hablaba en su idioma y reconocía su dignidad.

Miércoles 6 de marzo de 2013. Traslado del féretro al Cuartel de la Montaña en medio de multitudes que colmaron las principales avenidas de Caracas.

Maduro

Con la muerte de Chávez en 2013, Nicolás Maduro asumió la continuidad del proceso. Sin embargo, las condiciones eran diametralmente distintas. La bonanza petrolera se esfumó, la economía global cambió, y el chavismo ya no contaba con el liderazgo carismático de su fundador. Su gobierno se ha caracterizado por un creciente autoritarismo, una profundización de la crisis económica y una dependencia cada vez mayor del aparato estatal y de las fuerzas armadas para mantenerse en el poder. Si bien el discurso oficial insiste en la continuidad del chavismo, en la práctica existe una evidente mutación del proyecto original.

Analistas críticos señalan la emergencia de una nueva clase dominante, apodada la "boliburguesía": una élite económica surgida al amparo del poder político chavista. Esta nueva burguesía, compuesta por altos funcionarios civiles y militares, empresarios y contratistas del Estado, ha acumulado fortunas a través de la corrupción, el control del cambio de divisas y los negocios con el gobierno. Por tanto, el gobierno de Maduro no representaría los intereses de la clase trabajadora, sino los de esta nueva burguesía que parasita la renta petrolera. La dolarización de la economía además ha acentuado aún más estas desigualdades, creando una brecha abismal entre quienes tienen acceso a divisas y quienes dependen de un bolívar devaluado.

La renta petrolera (excedente económico que el país obtiene por la explotación de su petróleo), aunque redistribuida en ciertos momentos, continúa siendo la base material del poder, lo que limita la capacidad de romper con la lógica de acumulación y subordina la economía a las oscilaciones del mercado mundial. Las comunas, el campesinado y el proletariado urbano, a pesar de su protagonismo inicial, han visto reducida su autonomía frente a un aparato estatal cada vez más centralizado. A nivel internacional, el acercamiento a potencias como Rusia, China o Irán ha permitido sortear levemente el bloqueo, pero también ha generado nuevas formas de dependencia tecnológica, financiera y comercial. Estas alianzas, aunque necesarias para resistir el cerco de Estados Unidos, no deben confundirse con relaciones socialistas, ya que operan en gran medida dentro de la misma lógica de intercambio desigual que el chavismo se propuso combatir. Teniendo en cuenta todo esto, el reto histórico sigue siendo el mismo, avanzar hacia la socialización real de los medios de producción, fortalecer el poder comunal y romper definitivamente con el modelo extractivista, para que la soberanía no dependa de la benevolencia de un nuevo bloque hegemónico, sino de la autogestión popular.

Nicolás Maduro, hace un gesto de celebración frente al palacio presidencial de Miraflores, durante una manifestación en apoyo a los resultados de las elecciones presidenciales en Caracas el 7 de agosto de 2024. YURI CORTEZ/AFP via Getty Images.

A pesar de la crisis, Venezuela no es un páramo. Persisten programas sociales como la educación gratuita, el sistema de salud popular (Misión Barrio Adentro) y políticas de alimentación escolar y subsidios básicos. La FAO ha reportado que la subalimentación cayó del 17.6% al 5.9% entre 2019 y 2024, y que más del 95% de los alimentos consumidos se producen ya dentro del país. En paralelo, la alfabetización alcanza al 97.6% de la población, una cifra que muchos países latinoamericanos envidiarían.

Pero estas conquistas conviven con realidades complicadas: la pobreza afecta al 82% de la población, el ingreso no alcanza para cubrir una cuarta parte de la canasta básica, y la desigualdad se ha disparado. Venezuela tiene uno de los índices de Gini más altos de América Latina (44,7), pero sigue estando por detrás de Brasil (51,6), Colombia (53,9), Panamá (48,9) o Costa Rica (45,8). El índice de Gini es una medida que cuantifica la desigualdad en la distribución de ingresos o riqueza en una sociedad. Va de 0 a 1, donde  significa igualdad perfecta (todos tienen lo mismo) y significa desigualdad máxima (una sola persona tiene todo y los demás nada). El Estado bolivariano sobrevive, pero las conquistas sociales están bajo ataque, no solo por enemigos externos, sino también por la erosión interna del proyecto.

El Sistema Electoral Venezolano

Chávez no solo promovió el voto, sino que impulsó referendos, consultas populares y una Constitución redactada por una asamblea constituyente electa, abriendo espacios inéditos para el protagonismo popular. Desde la implementación del voto electrónico con doble verificación (electrónica y manual), el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha organizado más de 25 elecciones desde 1999. Sin embargo, en las últimas elecciones de Venezuela, el chavismo se enfrentó no solo a fuerzas internas, sino a un aparato de desestabilización apoyado desde el extranjero. Aunque hubo denuncias sobre irregularidades en las actas y procedimientos, es fundamental entender que el sistema electoral venezolano sigue siendo uno de los más seguros, transparentes, auditables y tecnificados de toda América Latina (Centro Carter, UNASUR, ONU...), con mecanismos de verificación que, si bien no son perfectos, garantizan la voluntad popular en contextos adversos.

La verdadera amenaza no es el proceso electoral en sí, sino la oposición imperialista. La alternativa política a Maduro es una ultraderecha servil a Estados Unidos e Israel con pretensiones para desmantelar la soberanía nacional y entregar sus recursos estratégicos a manos extranjeras. Esa oposición representa un proyecto neocolonial que busca borrar las conquistas sociales y destruir el legado bolivariano, todo para someter a Venezuela a los dictados del capital global y sus socios sionistas. En este contexto, el problema es principalmente la crisis de confianza y representatividad, que refleja tanto la polarización interna como el impacto del cerco internacional. Aun así, Venezuela sigue celebrando elecciones con más frecuencia que muchos países que hoy la critican desde supuestas democracias “plenas”, como Estados Unidos, Colombia, Chile o Brasil.

En Estados Unidos la participación electoral presidencial rara vez supera el 66%, el sistema bipartidista excluye a opciones alternativas, y millones de personas (especialmente afrodescendientes y latinas) no pueden votar por restricciones legales. En Colombia, el voto coexiste con prácticas de clientelismo, violencia política y presencia paramilitar en territorios clave, lo que distorsiona profundamente la representación. Chile ha sufrido altísimos niveles de abstención desde que el voto es voluntario, y Brasil, a pesar de su sistema electrónico, vivió el lawfare contra Lula en 2018, con la justicia interviniendo electoralmente.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se reúne con el presidente electo Donald Trump en la Oficina Oval de la Casa Blanca en Washington, Estados Unidos, el 13 de noviembre de 2024. REUTERS/Kevin Lamarque/File Photo.

Chávez logró, con todos sus límites, devolver la política a los barrios, a las comunas y a los sectores históricamente excluidos, mientras que sus detractores liberales mantienen democracias elitistas y excluyentes. Estos ejemplos muestran que Venezuela, a pesar de sus propias fallas y cuestionamientos, celebra elecciones frecuentes y con mayor acceso popular que muchos de sus críticos, y que el uso del término “dictadura” revela más una postura ideológica que un análisis riguroso del sistema electoral.

¿Y los Países Vecinos?

Muchos utilizan a Venezuela como ejemplo del "fracaso del socialismo", pero omiten que la pobreza, la desigualdad y el hambre son estructurales en toda América Latina, con o sin chavismo.

Haití, por ejemplo, bajo un modelo ultraliberal, tiene el 40% de su población en inseguridad alimentaria grave. Puerto Rico, a pesar de ser un territorio bajo dominio estadounidense, acumula más del 40% de pobreza. Países como República Dominicana, Brasil o Colombia tienen sectores enteros sumidos en la exclusión.

Fotografía de una calle cualquiera en Puerto Príncipe (Haití). EFE/Johnson Sabin.

¿La diferencia? Que en Venezuela, a pesar de la crisis, se sigue garantizando educación y salud gratuitas, mientras que en los modelos “exitosos” del libre mercado, esos derechos no existen o están profundamente privatizados. El chavismo puede estar en crisis, pero el neoliberalismo no es la alternativa.

El Cerco Imperial

Uno de los elementos más determinantes y a menudo minimizado es el rol de Estados Unidos. Desde la llegada de Chávez al poder, Washington ha mantenido una política de hostilidad hacia el gobierno venezolano, que se ha intensificado bajo el mandato de Maduro.

Las sanciones económicas y financieras impuestas por Estados Unidos han tenido un impacto devastador en la economía venezolana. Han dificultado la importación de alimentos, medicinas y repuestos para la industria petrolera, agravando la crisis y afectando directamente a la población. Informes de Naciones Unidas y de diversos organismos internacionales han documentado las graves consecuencias humanitarias de estas medidas coercitivas unilaterales. Además, Estados Unidos ha apoyado abiertamente a la oposición venezolana, incluyendo sus intentos de desestabilización.

La agresión externa contra Venezuela no es un mito. Desde el golpe de Estado de 2002, pasando por el sabotaje petrolero, las sanciones de Estados Unidos, el congelamiento de activos internacionales, hasta la amenaza de invasión militar durante el gobierno de Trump, el objetivo ha sido claro: terminar con la soberanía nacional y recolonizar la región.

Ni Utopía ni Ruina Absoluta

Venezuela no es un paraíso socialista ni un infierno autoritario. Es un país con logros sociales innegables y fallas estructurales profundas. El chavismo, como proceso popular, necesita autocrítica, democratización y renovación desde abajo. Pero eso no implica entregarse al relato hegemónico liberal, que busca borrar las conquistas sociales y justificar la injerencia extranjera. El camino siempre será la reconstrucción de la autonomía obrera y comunal, la reapropiación colectiva de los medios de producción, y la construcción de una economía no subordinada a la lógica del capital.

Imagen extraida del Informe especial: Las sanciones económicas contra Venezuela: consecuencias, crisis humanitaria, alternativas y acuerdo humanitario. Programa Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos.

No se trata de defender un gobierno, sino de sostener un horizonte emancipador frente a los embates del capital y la restauración conservadora. Ignorar el impacto de asfixia económica y de injerencia constante por parte de Estados Unidos es ofrecer un análisis sesgado e incompleto de la situación venezolana. No se trata de exculpar al gobierno de Maduro de sus graves errores y de su deriva autoritaria, sino de comprender que la crisis venezolana es multifactorial y que la presión externa ha jugado un papel crucial en su profundización.

En definitiva, el proceso bolivariano está atravesado por contradicciones estructurales, deformaciones burocráticas y límites impuestos tanto por su dependencia petrolera como por el asedio imperialista. Sin embargo, incluso con todos sus problemas, ha conseguido sostener conquistas sociales que en el modelo neoliberal son impensables o directamente inexistentes. El neoliberalismo padece males similares (corrupción, desigualdad, captura del Estado por élites económicas) pero sin ofrecer derechos universales ni un horizonte de transformación social. Venezuela, con todos sus errores y problemas, demuestra que es posible resistir la lógica pura del mercado y preservar espacios de redistribución y participación popular que, aunque hoy amenazados, siguen siendo un terreno de disputa para quienes aspiran a una verdadera emancipación.