El Ocaso de la Revolución Bolivariana
¿Qué queda realmente de la revolución bolivariana? ¿Es Venezuela el “fracaso socialista” que pregonan los yankees o una sociedad asediada que aún conserva conquistas populares?
Chávez
Durante el mandato de Hugo Chávez (1999–2013), Venezuela vivió una transformación sin precedentes. Gracias a la nacionalización del petróleo y una política de redistribución agresiva, se financiaron programas sociales que lograron reducir la pobreza, mejorar la salud pública, expandir la educación y garantizar viviendas dignas. El desempleo bajó, la mortalidad infantil cayó, y millones de personas salieron de la exclusión estructural. Pero estos avances no alteraron la lógica estructural del capital: la propiedad privada de los medios de producción y el carácter rentista del Estado siguieron intactos.
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| Imagen de Wladimir Andarcia en Pixabay |
La relación entre Chávez y amplios sectores populares fue profundamente real y material. No se trataba solo de un culto a la personalidad, sino de la percepción de que, por primera vez, un gobernante escuchaba y respondía a las necesidades de la clase obrera. Las visitas a los barrios, los programas sociales visibles, el lenguaje coloquial y la confrontación directa con la élite económica generaron un vínculo emocional que excedía a la política formal.
Su muerte, en marzo de 2013, provocó una de las manifestaciones de duelo colectivo más grandes de la historia reciente de América Latina. Millones de personas salieron a las calles, formaron colas interminables para despedirlo y lo velaron como si perdieran a un familiar cercano. Ese dolor popular era la expresión acumulada de años en que muchos sectores sintieron, quizá por primera vez, que el Estado les hablaba en su idioma y reconocía su dignidad.
Maduro
Con la muerte de Chávez en 2013, Nicolás Maduro asumió la continuidad del proceso. Sin embargo, las condiciones eran diametralmente distintas. La bonanza petrolera se esfumó, la economía global cambió, y el chavismo ya no contaba con el liderazgo carismático de su fundador. Su gobierno se ha caracterizado por una dependencia cada vez mayor del aparato estatal y de las fuerzas armadas para mantenerse en el poder. Si bien el discurso oficial insiste en la continuidad del chavismo, en la práctica existe una evidente mutación del proyecto original.
Durante los últimos años ha emergido una nueva clase dominante, la "boliburguesía": una élite económica surgida al amparo del poder político. Esta nueva burguesía, compuesta por altos funcionarios civiles y militares, empresarios y contratistas del Estado, ha acumulado fortunas a través de la corrupción, el control del cambio de divisas y los negocios con el gobierno. Por tanto, el gobierno de Maduro no representa los intereses de la clase trabajadora, sino los de esta nueva burguesía que parasita la renta petrolera. La dolarización de la economía además ha acentuado aún más estas desigualdades, creando una brecha abismal entre quienes tienen acceso a divisas y quienes dependen de un bolívar devaluado.
La renta petrolera (excedente económico que el país obtiene por la explotación de su petróleo), aunque redistribuida en ciertos momentos, continúa siendo la base material del poder, lo que limita la capacidad de romper con la lógica de acumulación y subordina la economía a las oscilaciones del mercado mundial. Las comunas, el campesinado y el proletariado urbano, a pesar de su protagonismo inicial, han visto reducida su autonomía frente a un aparato estatal cada vez más centralizado. A nivel internacional, el acercamiento a potencias como Rusia, China o Irán ha permitido sortear levemente el bloqueo, pero también ha generado nuevas formas de dependencia tecnológica, financiera y comercial. Estas alianzas, aunque necesarias para resistir el cerco de Estados Unidos, no deben confundirse con relaciones socialistas, ya que operan en gran medida dentro de la misma lógica de intercambio desigual que el chavismo se propuso combatir. Teniendo en cuenta todo esto, el reto histórico sigue siendo el mismo, avanzar hacia la socialización real de los medios de producción, fortalecer el poder comunal y romper definitivamente con el modelo extractivista, para que la soberanía no dependa de la benevolencia de un nuevo bloque hegemónico, sino de la autogestión popular.
Pero estas conquistas conviven con realidades complicadas: la pobreza afecta al 82% de la población, el ingreso no alcanza para cubrir una cuarta parte de la canasta básica, y la desigualdad se ha disparado. Venezuela tiene uno de los índices de Gini más altos de América Latina (44,7), pero sigue estando por detrás de Brasil (51,6), Colombia (53,9), Panamá (48,9) o Costa Rica (45,8). El índice de Gini es una medida que cuantifica la desigualdad en la distribución de ingresos o riqueza en una sociedad. Va de 0 a 1, donde 0 significa igualdad perfecta (todos tienen lo mismo) y 1 significa desigualdad máxima (una sola persona tiene todo y los demás nada). El Estado bolivariano sobrevive, pero las conquistas sociales están bajo ataque, no solo por enemigos externos, sino también por la erosión interna del proyecto.
El Sistema Electoral Venezolano
Chávez no solo promovió el voto, sino que impulsó referendos, consultas populares y una Constitución redactada por una asamblea constituyente electa, abriendo espacios inéditos para el protagonismo popular. Desde la implementación del voto electrónico con doble verificación (electrónica y manual), el Consejo Nacional Electoral (CNE) ha organizado más de 25 elecciones desde 1999. Sin embargo, en las últimas elecciones de Venezuela, el chavismo se enfrentó no solo a fuerzas internas, sino a un aparato de desestabilización apoyado desde el extranjero. Aunque hubo denuncias sobre irregularidades en las actas y procedimientos, es fundamental entender que el sistema electoral venezolano sigue siendo uno de los más seguros, transparentes, auditables y tecnificados de toda América Latina (Centro Carter, UNASUR, ONU...), con mecanismos de verificación que, si bien no son perfectos, garantizan la voluntad popular en contextos adversos.
La verdadera amenaza no es el proceso electoral en sí, sino la oposición imperialista. La alternativa política a Maduro es una ultraderecha servil a Estados Unidos e Israel con pretensiones para desmantelar la soberanía nacional y entregar sus recursos estratégicos a manos extranjeras. Esa oposición representa un proyecto neocolonial que busca borrar las conquistas sociales y destruir el legado bolivariano, todo para someter a Venezuela a los dictados del capital global y sus socios sionistas. En este contexto, el problema es principalmente la crisis de confianza y representatividad, que refleja tanto la polarización interna como el impacto del cerco internacional. Aun así, Venezuela sigue celebrando elecciones con más frecuencia que muchos países que hoy la critican desde supuestas democracias “plenas”, como Estados Unidos, Colombia, Chile o Brasil.
En Estados Unidos la participación electoral presidencial rara vez supera el 66%, el sistema bipartidista excluye a opciones alternativas, y millones de personas (especialmente afrodescendientes y latinas) no pueden votar por restricciones legales. En Colombia, el voto coexiste con prácticas de clientelismo, violencia política y presencia paramilitar en territorios clave, lo que distorsiona profundamente la representación. Chile ha sufrido altísimos niveles de abstención desde que el voto es voluntario, y Brasil, a pesar de su sistema electrónico, vivió el lawfare contra Lula en 2018, con la justicia interviniendo electoralmente.
¿Y los Países Vecinos?
Muchos utilizan a Venezuela como ejemplo del "fracaso del socialismo", pero omiten que la pobreza, la desigualdad y el hambre son estructurales en toda América Latina, con o sin chavismo.
Haití, por ejemplo, bajo un modelo ultraliberal, tiene el 40% de su población en inseguridad alimentaria grave. Puerto Rico, a pesar de ser un territorio bajo dominio estadounidense, acumula más del 40% de pobreza. Países como República Dominicana, Brasil o Colombia tienen sectores enteros sumidos en la exclusión.
El Cerco Imperial
Uno de los elementos más determinantes y a menudo minimizado es el rol de Estados Unidos. Desde la llegada de Chávez al poder, Washington ha mantenido una política de hostilidad hacia el gobierno venezolano, que se ha intensificado bajo el mandato de Maduro.
Las sanciones económicas y financieras impuestas por Estados Unidos han tenido un impacto devastador en la economía venezolana. Han dificultado la importación de alimentos, medicinas y repuestos para la industria petrolera, agravando la crisis y afectando directamente a la población. Informes de Naciones Unidas y de diversos organismos internacionales han documentado las graves consecuencias humanitarias de estas medidas coercitivas unilaterales. Además, Estados Unidos ha apoyado abiertamente a la oposición venezolana, incluyendo sus intentos de desestabilización.
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| Imagen de Rafael Urdaneta Rojas en Pixabay |
Ni Utopía ni Ruina Absoluta
Venezuela no es un paraíso socialista ni un infierno autoritario. Es un país con logros sociales innegables y fallas estructurales profundas. El chavismo, como proceso popular, necesita autocrítica, democratización y renovación desde abajo. Pero eso no implica entregarse al relato hegemónico liberal, que busca borrar las conquistas sociales y justificar la injerencia extranjera. El camino siempre será la reconstrucción de la autonomía obrera y comunal, la reapropiación colectiva de los medios de producción, y la construcción de una economía no subordinada a la lógica del capital.
No se trata de defender un gobierno, sino de sostener un horizonte emancipador frente a los embates del capital y la restauración conservadora. Ignorar el impacto de asfixia económica y de injerencia constante por parte de Estados Unidos es ofrecer un análisis sesgado e incompleto de la situación venezolana. No se trata de exculpar al gobierno de Maduro de sus graves errores y de su deriva autoritaria, sino de comprender que la crisis venezolana es multifactorial y que la presión externa ha jugado un papel crucial en su profundización.
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| Foto de Eduardo Juhyun Kim en Unsplash |
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